miércoles, 28 de septiembre de 2022

 

UNA MUJER CON SOMBRERO ( Silvio Rodriguez)

 

“ Una mujer se ha perdido

Conocer el delirio y el polvo

Se ha perdido esta bella locura

Su breve cintura debajo de mi

Se ha perdido mi forma de amar

Se ha perdido mi huella en su mar…”

La vi alejarse con paso decidido, quebrada por el llanto, crispadas sus manos sobre su bolso pequeño. La vi alejarse [ML1] y comprendí lo inmenso de su amor, y lo cobarde de mi sentimiento.

Podría haberle dicho tantas cosas, haberle hecho tantas promesas. Podría. Pero no lo hice. Dentro mío la ansiedad, la desesperación dibujaron en mi estómago una espiral de dolor y náuseas.

Sabía que no volvería. No habría otra oportunidad. Y sin embargo, allí me quedé. Parado. Temblando.  Viendo alejarse su figura pequeña y enjuta. De repente se detuvo y volteó. Su sombrero voló a merced del viento. Ella apuró los pasos para alcanzarlo. Por un instante [ML2] esperé que me mirara, que sus ojos volvieran hacia mí. Pero no, tomó el sombrero y prosiguió su marcha. Estaba todo perdido.

“ Veo una luz que vacila

Y promete dejarnos a oscuras

Veo un perro ladrando a la luna

Con otra figura que recuerda a mi

Veo más: veo que no me habló

Veo más: Veo que se perdió”

Quede allí, aturdido por mi cobardía, hasta que su figura se convirtió en un punto lejano.

Estaba anocheciendo. El sol rojizo sobre el horizonte, se fue guardando entre las montañas. Y salió ella, la luna, con todo su esplendor.

Era una noche típica de primavera, y podían olerse las glicinas y el jazmín del cabo.

Ella había partido, pero todo lo que me haría recordarla de aquí en más, estaba desafiándome y burlándose: los perfumes, los colores, la luna.[ML3] 

“La cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes

Los amores cobardes no llegan a amores

Ni a historias, se quedan allí.

Ni el recuerdo los puede salvar

Ni el mayor orador conjugar “

“Una mujer innombrable huye como una gaviota

Y yo rápido seco mis botas, blasfemo una nota, y apago el reloj.

Que me tenga cuidado el amor

Que le puedo cantar su canción. “

Tengo frío, pero esa clase de frío que viene de adentro. Que ni el fluir constante de la sangre puede mitigar.  Al contrario, parece que mi corazón late lentamente, casi exhausto, sin que pueda la sangre llegar a entibiarme.

Miro al cielo,  una ráfaga de estrellas me guiñan sus ojos, y otra, rauda y fugaz, cae sobre el horizonte augurando no sé  qué cosa.

Siento algo tibio deslizándose de mis ojos, cada vez con más fuerza. Mi cuerpo comienza a sacudirse en un sollozo sin control.

La perdí. La perdí. Y eso no tiene remedio.

“Una mujer con sombrero, como un cuadro del viejo chagall, 

Corrompiéndose al centro del miedo, y yo que no soy bueno, me puse a llorar.

Pero entonces lloraba por mí. Ahora lloro por verla morir “

Ese momento vacío, de soledad infinita, de soledad no deseada, hiere mis días y rompe mis noches desde entonces.

Pero el dolor, que no se ha ido, se convirtió en desesperanza, y heló definitivamente mi corazón.

Se me fue la fe … y entonces llegó el miedo.



Liliana Mónica Politano

30/08/2022

 



viernes, 1 de julio de 2022

LA ASAMBLEA

 

Fueron llegando de a uno, casi como si alguien hubiera determinado el orden de llegada.

Primero llegó Tucker. Él debía abrir la puerta del salón principal. Nadie más tenía la llave. Hacía muchos años que Tucker abría, y comenzaba a disponer todo. El gran libro sobre la mesa ovalada, de madera nudosa, antigua. La cantidad de sillas suficientes para que todos quedaran alrededor de la mesa – cantidad pocas veces variaba, cuando alguien moría o entraba algún miembro nuevo.

Abrió el libro en la última página escrita, trazó una línea de lado a lado y colocó la fecha: 1 de Julio. Dejó la lapicera abierta en el surco entre ambas páginas. Miró a su alrededor para que ningún detalle se le escapara, y consultó su reloj. Mary debería estar llegando.

Casi como respondiéndole, Mary atravesó el umbral, luego de golpear tres veces cortas, y ser admitida.  Venía ataviada con ropaje antiguo, como de otro siglo anterior, prolijamente peinada con su pelo recogido en una trenza alrededor de su cabeza, con una seria pulcritud.

Ella tenía la tarea de preparar los brebajes – te y café y alguna jarra con agua-, para que nadie tuviera que distraerse buscándolos. Dispuso las tazas con esmero sobre un banco largo, cercano a la mesa ovalada donde estarían los asistentes. Echó un vistazo certero sobre las superficies para chequear que estaban limpias y brillantes como la ocasión lo requería. Todo en su lugar.  Hasta la enorme cruz de madera oscura brillaba sobre la pared del fondo. Se aseguró de que todas las cortinas estuvieran cerradas y no quedara ningún resquicio por donde alguien pudiera espiar. Sobre el inmenso reloj de la pared opuesta, las agujas marcaban dos minutos para las ocho de la noche. Fue entonces cuando se oyeron tres golpes más, y Mary supo que debía apresurarse para salir por la puertita trasera, ya que la tradición no permitía las reuniones mixtas. Se despidió con un susurro, y salió.

Entraron Harry, el pastor de la iglesia presbiteriana, y junto a él, el alguacil del condado con su ayudante.  Los tres se acomodaron alrededor de la mesa, no sin antes firmar el gran libro que Tucker les señalaba, uno por uno.

Todo era silencio y solemnidad. Se podía escuchar la respiración pesada y ruidosa del alguacil que estaba muy pasado de peso.

Así fueron llegando, Irael, el tendero, Jacob el médico del pueblo, con sus tres hijos varones, jóvenes y taciturnos.

Justo cuando Tucker se estaba impacientando, se oyó el motor estridente de una camioneta de la que bajaron 6 hombres jóvenes, manejada por el cura de la capilla de las afueras del pueblo.

Rompiendo un poco el silencio lúgubre, aunque respetuoso que reinaba, discutieron brevemente sobre los lugares a ocupar alrededor de la mesa.

Una mirada sombría y amenazante volvió todo a su lugar, y reinó nuevamente el silencio.

Entraron cuatro hombres más, cargando una pesada caja que depositaron en el suelo.

“Estamos todos?”, bramó la voz de Tucker.

“Si, señor escribiente” respondieron al unísono.

Acto seguido, Tucker tomó una bolsa y repartió las capuchas blancas entre los presentes.

El comisario y su ayudante abrieron la pesada caja, y repartieron las armas, los garrotes y los cuchillos y demás elementos.

Y formando un círculo, tomados de sus manos, recitaron una vieja oración en latín.

Al terminar, el cura del pueblo, dijo en voz alta.

“hoy toca en la casa de Tom. Ese negro ya me tiene harto”

Un aullido descomunal de sangre y victoria se elevó de las gargantas, y salieron.

Se subieron a todos los vehículos, ya encapuchados, y con la cruz encendida partieron raudos hacia su destino de venganza.

Como si supiera, el cielo comenzó a llorar.

 

 

 

UN DIA DE FESTEJOS

 

Ana salió de la fiscalía a las 16 hs en punto. Como todos los días de los últimos dos años.

Sabía perfectamente que, si apuraba el paso, tomaría el subte correcto, y en menos de una hora estaría en su casa.

Le sorprendió la lluvia intensa al salir del edificio, y odió el viento que azotaba su cara y utilizaba su pelo cual látigo. Trató de cubrirse, pero fue inútil.

Cuando llego a la estación de la línea D, empezó a tiritar de frio y maldijo por lo bajo. El invierno no era su estación favorita.

Ese día específico, mas gente de la habitual, se agolpaba en el andén de partida.

Otro motivo más para su repentino mal humor.

Cuando llegó la formación, la multitud se abrió paso hacia todos los  espacios libres que habían y ella quedo literalmente atrás, rezagada y empujada.

Fue entonces que pensó que valía la pena intentar otra forma de llegar, si quería mantener su integridad física y su celular y billetera a salvo.

Salió de la estación y buscó un taxi.

Hoy quería llegar antes que Martín. Darse una ducha, cambiar su ropa y disponer la mesa con las flores y velas que había comprado el día anterior.

Ese pensamiento disipó un poco su fastidio, y corrió hasta la esquina buscando una banderita de “libre”.

Todos los autos llenos, la gente estaba subiendo a taxis por todos lados.

Empezó a impacientarse. Y de pronto, aquel taxi, que gira en la esquina y la ve.  Hace caso omiso de una señora y un joven que le hacían señas desesperadas, y avanza hacia ella.

Abrió la puerta y pudo ver la pulcritud extrema del interior del coche. Subió, saludó con una amplia sonrisa, y agradeció haber sido elegida para su viaje.

El conductor miro por el espejo retrovisor, pero no contestó. Ella pensó que tal vez él estaría pensando en su ropa mojada, y la estela de gotas que iba dejando a medida que subía y se acomodaba en el asiento. Así que saco unas carilinas y se dispuso a limpiar todo lo mejor posible.

De repente se dio cuenta que no le había dicho su dirección, y se apresuró a disculparse por ello, poniendo en conocimiento del conductor, la intersección de las dos calles a donde se dirigía.

Tampoco hubo comentarios de parte del conductor. Sólo la miró por el espejo y continuó la marcha. Ana pensó que el pobre hombre estaría tratando de salir de ese infierno de autos y gente, lo mejor posible, y no tendría ganas de charlar con ella.

Ella sí hubiera querido charlar. Contarle que quería llegar rápido porque hoy. Justo hoy, Martín y ella cumplían un año de convivencia. Estaba feliz. Plena.  No había sido fácil la previa, pero lo habían logrado, y estaban muy felices y enamorados.

Hubo forcejeos con la madre de Martín, y un poco con la suya propia, pero ellos decidieron seguir adelante. Y lo hicieron. Y hoy, felices tenían un doble festejo. Un año juntos y ese positivo que había descubierto esa mañana en la prueba rápida de embarazo.

Pensó llamar a Martín durante la mañana y contarle, pero después imaginó el romántico momento, en medio del brindis, en que se lo daría a conocer. Y optó por eso.

Hizo memoria y reacomodó en su imaginario, el mantel, las copas, las flores y las velas. Las luces bajas, mejor una lámpara y las luces apagadas… y la música. Aquella melodía que escucharon juntos el día que decidieron comenzar a amarse.

De repente corcoveó el vehículo y su cabeza golpeó en el techo. Medio aturdida, miró hacia afuera, y la velocidad que había adquirido el vehículo la asustó. Tampoco reconoció esa avenida por la que estaban circulando. Trató de ubicarse, y le pidió al conductor que aminorara la marcha. Nunca le había gustado la velocidad.

Cuando comenzó a hablarle, escuchó el zumbido de un vidrio que se elevaba y separaba el asiento del conductor, del trasero donde estaba ella. Una ventana enorme, que dividía el vehículo en dos cubículos totalmente independientes.

Empezó a helarse, y un miedo creciente se apoderó de su pensamiento, y de su cuerpo.

Sintió ganas de orinar. Golpeó el vidrio con fuerza, pero no hubo respuesta. El conductor siguió manejando de manera demencial, sin siquiera mirarla por el espejo retrovisor.

Repentinamente un olor acre se apoderó de su olfato, y su visión comenzó a nublarse.

Trato de abrir las puertas por tercera vez, pero era imposible. Estaban trabadas por dentro. Y además no tenía fuerza. Lo último que vio fueron unas casas bajas, de pasillos angostos. Y sintió resbalarse de sus manos su cartera y el portafolios del trabajo.

Todo empezó a nublarse. Y su mente se entregó, como ya se había entregado su cuerpo.

 

 

 

 

sábado, 11 de junio de 2022

     


TAN JUNIO, TANTO ENCIERRO

 

“TAN JUNIO, TANTO ENCIERRO.” ( Título del cuadro)

 

Así como me titulaste, encerraste tu vida en una jaula inexistente, sin darte cuenta que la llave estaba en la mesita de luz.

Y así caminaste, algunas veces sonriente, pero las más de ellas dejándote llevar por el reloj de arena, que tampoco existía.

Dejaste tus sueños en los lienzos vacíos, donde podría haber pájaros y nubes libres, plenas de forma y color.

Pero otra vez, como tantas, te ganó la apatía. Y abandonaste.

Te escuché mil veces tararear canciones llenas de esperanza, de promesas, “el pájaro vio el cielo y se voló “. Los Auténticos Decadentes, cierto.

Cantabas tan lindo, tan suave, que se iluminaba la blanca pared donde me dejaste, también abandonado.

Pero algo te faltaba siempre. “Distopía química cerebral” dijeron los médicos. Y te sumergieron en nubes de “zepan”.  Todos los conocidos. Y más.

Intentaste, es verdad. Meditación, yoga, iglesias de los santos de bla, bla, bla. Caminar, correr. Hasta un taller literario.

Pero siempre poco tiempo, siempre esperando lo mágico que te salvara para siempre.

A veces hubiera querido tener voz para gritarte que esa nube que está en mí, también está en vos. Y que puede fluir a través de los barrotes de la jaula.

Pero sólo podía mostrarte tu propia obra. Aunque pasabas cerca mío.  con la cabeza tan baja que no me veías. Ni me recordabas, creo.

Un día, abriste la puerta de calle con un bolsito azul colgado de tu hombro. Y saliste.

Y ahora, yo, ando buscando la llave de la jaula, y el reloj de arena para saber a qué hora de qué día, vas a volver. Ya es Junio otra vez.

¿Vas a volver?

 

 

Liliana Mónica Politano

Sábado 11 de junio del 2022

            

domingo, 22 de mayo de 2022

FOTOS VIEJAS

 

Eran los 80 y tantos….

Y esa forma de caminar por el medio de la acera, con paso seguro y firme, denotaban mis treinta años.

A los lados, tomados confiadamente de mis manos fuertes, caminaban mis pequeños hijos.

Todo estaba bien, todo era seguro. Nada que temer ni que prevenir.

Era esa edad donde las piernas kilométricas eran el punto de encuentro de miradas, piropos, y la sonrisa cómplice de quien se sabe centro -por un ratito- de la admiración de los demás mortales.

Hasta los pequeños eran perfectos, lindos, dulces, sociables.

Mis hijos y yo.

Y al frente, captando este momento perfecto digno de una publicidad de ropa de niños, estaba El. Mi amor, nuestro amor, siempre embelesado por su familia.

Hubo otros momentos así, muchos por suerte. Cada uno con su magia.

Pero algo tiene esta imagen que me llevó a elegirla.

Es maravilloso que un aparatito con un flash, pueda plasmar un instante de alegría, donde la vida se convierte en un sorbo que se ha de  beber hasta la última gota.

ACROSTICO

 Lunática a veces

Irreverente siempre.

Lo místico y lo urbano

Incidiendo en partes iguales.

Amante de todos los misterios.

Necesitaría otra vida más 

Acompañándome 

Merezco otra vida mas!

O acaso 

No es efímero  e

Insignificante?

Ceder a la finitud  del

Alma?

Pruebo metáforas

Oculto fechas,

Luego caigo en la cuenta

Innecesaria:

Todo lo que vive, muere.

Anhelo lo imposible,

Niego lo inevitable,

O solo lo pospongo.